Silva al Sueño de Estacio. Una súplica contra el Insomnio

De Publio Papinio Estacio

Traducción de Luis Sarabia Jasso

¿Por qué crimen merezco, dulcísimo joven divino,

o por qué falta, pobre de mí, he perdido yo solo

tu don, Sueño? Se calla el ganado, las aves, las fieras;

y las copas parece que duermen pesado; no suenan

las violentas corrientes cual antes, fallece el batir

de las olas y en calma se acuestan los mares en tierra.

Ya por séptima vez Febe vuelve y me mira los ojos

abatidos; las luces del Eta y de Pafos¹ volvieron

esas veces, y nuestros lamentos Titonia² encontró

otras tantas y un látigo fresco espació por piedad.

¿De qué modo resisto? No, ni aunque tuviera mil ojos, 

los que en guardia alternada tenía el siervo divino, 

Argos,³ siempre en vigilia por medio de todo su cuerpo.

¡Desgraciado de mí! Ya, si bajo el gran manto nocturno

te rehúsa cualquiera en favor de abrazar una joven,

Sueño, ven desde allá; no te pido que extiendas tus alas

en mis ojos, enteras (te ruega lo mismo otra gente

con más gusto): ¡ven! Rósame ya con tu vara, la punta

(eso basta), o pasa ligero, alzando tus pies.



Ilustración: Coctecon

(1) Eta es una montaña entre Tesalia y Etolia, se le relaciona con la estrella nocturna, mientras que Pafos, más al oriente, es una ciudad en Chipre. Aquí, el poeta alude al amanecer y al anochecer, de manera que refuerza la idea del insomnio ininterrumpido que ha padecido (Gibson, Bruce, op. cit., pp. 387-388).

(2) Titonia es la divinidad de la mañana, equivalente a la Aurora, quien fustiga a los caballos del sol para que lleven la luz a los mortales (Torrent Rodríguez, Francisco, en Estacio, Silvas V, nota 201).

(3) Argos es una criatura mitológica que tenía mil ojos repartidos en todo su cuerpo y que estaba al servicio de Hera. Cuando Zeus convirtió a su amante Ío en una vaca, la diosa le pidió que la vigilara, orden que cumplía al tener abiertos alternadamente la mitad de sus ojos; hasta que Hermes, enviado por su padre, le provocó sueño y lo asesinó mientras dormía para liberar a Ío de su custodia. Como premio a su fidelidad, Hera puso sus ojos en la cola del pavorreal (Grimal, Pierre, Diccionario de mitología griega y romana, s.v. Argo, 2).