Poemas del amor clandestino, Bilhana


Tra. Iván Arenal

1  

Todavía hoy recuerdo la línea de vello 

que desemboca en su ombligo, su rostro de loto,  y a ella luminosa cual guirnalda de flores doradas.  Callada la recuerdo, levantada en la noche,  

cuando terminó nuestra pasión agitada,  

como ocurre al sabio que se entrega al delirio.  

2  

Si tan solo viese una vez más su joven cara lunar,  sus senos levantados, su cristalina belleza,  

todo su cuerpo ardiendo por las flechas de fuego del amor travieso… refrescaría toda su piel sin pensar.  


3  


Si pudiera ver hoy sus ojos coloridos cual lotos…  

Si pudiera verla hoy adornada por sus senos enormes,  la abrazaría fuertemente, de su boca sin parar bebería  como bebe de la flor la abeja embriagada.  

4  

Aún hoy la recuerdo: temblaba todo su cuerpo  

por nuestro pecado cometido. Ya no aguantaba el cansancio  que nuestro amor ha dejado. Caen rizos y rizos  

en sus mejillas morenas, e igual que enredaderas  con sus brazos delicados rodea mi cuello.  

5  

Aún recuerdo sus enormes ojos, sus temblorosas pupilas  moviéndose inquietas al despertar, nerviosas, después de nadar  en el amoroso mar. También la veo el fondo tocando de esta pasión, como al estanque de lotos toca el cisne real y amaneciendo con su rostro avergonzado.  

6  

Si solo pudiera su cuerpo esbelto contemplar consumido  por la larga ausencia y casi hasta las orejas sus ojos  abiertos, todo su cuerpo pegaría junto al mío,  

sin abrir los ojos, sin interrumpir nuestro abrazo. 



Aún la recuerdo hoy con sensual erotismo bailando, adornada 

por sus nalgas redondas y sus senos hermosos, meneando su cuerpo delgado y cual luna llena su rostro precioso, cubierta de una red de rizos revueltos.  

8  

La recuerdo hoy todavía, acostada, sobre las sábanas blancas.  Huele a perfume su bella piel morena: fragancia de sándalo y almizcle. Cierra sus ojos; nuestros labios se besan mientras mis pestañas, para imitarla, se cierran también.  

9  

¡Qué deleite es el recuerdo de sus ojos lascivos  

al penetrarla, y sus labios enrojecidos, traviesos,  

por el vino! Todavía hoy recuerdo su cuerpo delgado  maquillado con almizcle y azafrán, y su boca  

llena de betel y alcanfor.  

10  

Aunque estoy en el final de mi vida el rostro recuerdo  de mi amada, recorrido por sudorosas gotitas,  

untado por pomadas doradas, brillando cual luna  

del eclipse liberada. Aún veo sus ojos que tiemblan  por la fatiga de sentirse amada.  

11  

Todavía hoy recuerdo aquella noche en mi mente:  A mi sonoro estornudo mi bella princesa  

ni siquiera dijo “salud” ni me prestó atención.  

Me dio la espalda, y en silencio, puso en su oreja  

su arete dorado. 


12 

Recuerdo hoy todavía cuando me montaba mi amada.  ¡Cómo se meneaba! ¡tenía empapada toda la cara!  ¡Qué gotas iguales a perlas! ¡suaves y claras! En sus mejillas, cual soles, sus aretes dorados brillaban.  

13  

Todavía recuerdo su ladeada mirada:  

¡Me suplicaba amarla! Estremecida toda ella estaba ante esa sensación placentera. Esos senos hermosos aún recuerdo tras el velo y sus labios por mi boca marcados.  

14  

Con el porte desganado del flamenco a mi amada aún recuerdo y sus manos delicadas como hojas brotadas  apenas. Como besa sus pezones el collar de sus perlas  mi mirada aún refleja. Y sus suaves mejillas morenas dan paso a una sonrisa.  

15  

Aún recuerdo: al levantarse jalé su brillante vestido, brillante  como el oro. Y al desnudarse sus muslos morenos, con purpurina pintados, quedaron los arañazos expuestos  producto de sus dedos. Con sus manos cubriéndose, llena de vergüenza, se alejó corriendo.  

16  

Estamos a solas. Recuerdo sus brillantes ojos por el colirio ennegrecidos. Veo sus nalgas redondas y sus grandes pechos. Ajustados sus brazaletes dorados y el moño de su pelo adornado con flores. ¡Cómo olvidar sus dientes bellos: perlas con carmín esmaltadas.  

17  

Todavía hoy recuerdo cuando estábamos solos:  desataba el nudo de su pelo y la guirnalda de flores  hacía a un lado. ¡Qué labios más dulces, hijos del néctar  de su risa! ¡Cómo olvidar su excitada mirada  

cuando el contorno de sus senos y pezones besaba! 


18 

Aún hoy la recuerdo en el blanco palacio.  

Las lámparas de diamantes soplaban su flama y con 

la oscuridad se codeaban. Contemplarla quisiera sin barreras... y de vergüenza su mirada se llena cuando intento desnudarla.  

19  

Aún hoy la recuerdo andando cual cisne real,  

su mirada de gacela y su hermosa dentadura.  

La veo ¡por el fuego de la ausencia arde su cuerpo!  ¡Cuán brillantemente luce sus coloreadas alhajas!  ¡Ella es la copa que contiene mi alegría completa!  

20  

Todavía hoy recuerdo su aperlada sonrisa  

mientras sus senos la inclinan. El collar con sus gemas  llena de luz la llanura del cuello y la recuerdo, muy bella,  ondeando la bandera floreada del dios Kamadeva en la cima del erótico Monte Mandara.  

21  

Aún recuerdo a mi amada, confundida, exhausta  por el placer que nos ha dejado la cama.  

Hablaba sin decir nada, suplicaba y rogaba.  

¡Cómo olvidar sus entrecortadas palabras!  

¡Cuán fascinante era aquella confusión de palabras y letras!  22  

Pensaré en ella sin importar que yo muera.  

También pensaré, en la otra vida, en los ojos aquellos llenos  de placer que, finalmente, dejaron de ver;  

suelto de moño su cabello; sueltas sus ropas;  

su cuerpo, cual junco, relajado, cual cisne real  que nada entre los lotos del deseo.  

23  


Si tan solo pudiera ver una vez más a mi amada. Ella, que tiene ojos de cervato; que tiene senos cual cántaros llenos 

de néctar. ¡Si tan solo pudiera!... ¡Renunciaría  al paraíso, a la beatitud final y a toda felicidad! 


24 

Así es mi amada: igual a una copa dorada  

que sirve vino con esencia pura de pasión y erotismo.  Su cuerpo todo tiene gran belleza y es la primera entre toda mujer bella de esta tierra. Aún yo recuerdo que estaba excitada por el dios cuyas flores son flechas.  

25  

No olvido su cuerpo consumido por el ardor del deseo.  Como ropa mojada pegada a mi piel aún siento su piel.  ¡Mi amor, no te olvidaré nunca! ¡Te amo más que a mi vida!  ¡Tengan piedad de ella! ¡Sin mí sin amparo se queda!  

26  

No puede salir de mi cabeza: ¡mi bella princesa! Para el vino de mi amor es la vasija exclusiva. ¡Oh, Pueblo mío!: ¡pienso, y de pensar no puedo parar! ¡Ella no podrá soportar la explosión de tristeza!  

27  

Todavía mi alma se asombra: paso tras paso la muerte se acerca. Ella huye a la fuerza, deja a los dioses sin reverencia y corre tras de mí. Ella: mi amada. La más amada, mi dueña… ¿Qué voy a hacer?  

28  


Sin parar la recuerdo todavía cuando escuchó las palabras que anunciaron mi partida. Agachada tenía por el gran dolor la cabeza. Aún me parece igual a 

una corza asustada: sus ojos tiemblan bañados en lágrimas y, en sus gotas, sus mejillas se bañan.  

29  

¡Cuán hermosa la recuerdo todavía! Y, a pesar  de con ahínco buscar, en ningún lugar encontré  una belleza igual a su faz. Rati, en belleza,  

no la pudo igualar. Y por su claridad cristalina  a la luna con su brillo pudo empañar. 


30 


La recuerdo hoy todavía con su dentadura perfecta  levantando su mar de cabellera. De insolación de deseo  no muero pues labios de su vulva ¡me mantienen con vida!  Y, para mí, como veneno es ella, aunque sea instantánea  la separación nuestra. Y me unjo de ambrosía siempre 

que un nuevo encuentro tenemos.  

31  

Aún hoy, al recordar, mi corazón se atormenta: cual mensajeros de la Muerte los soldados llegaron. Del dormitorio me sacaron con sus brazos fornidos. Ni mis esfuerzos, ni de mi amada los lagrimosos aullidos  pudieron salvarme de ser por el piso arrastrado.  

32  


Mi corazón todavía se entristece en la noche y el día, 

por pensar que no veré jamás a mi lado a mi amada,  atractiva cual luna llena; a aquella cara que humilló a Kamadeva, dios de Amor, al superar a Rati, su esposa,  en la suma de su primor.  

33  

Hoy, todavía, sin dudar, pensaré en ella: esperanza  joven, mía. Nadie más gozó en plenitud  

de su adolescencia. Su forma dibujará mi memoria  para poder alcanzarla allá, en la otra vida.  

34  

Eran sus mejillas besadas por las abejas codiciosas  del perfume de loto que exhalaba su cara.  

El tintineo de brazaletes aún en mi cabeza suena  cuando con gracia sacudía las ramas lozanas de sus manos.  

35  

Aún hoy la recuerdo cuando despertó: tenía su piel  descubierta. Y quiso ocultar de mis uñas las marcas  que, embriagado al beber el néctar de su boca, estampé  en sus circulares pezones. ¡Cómo olvidar  

el erizarse de su piel en todo su cuerpo! 


36 

Todavía hoy recuerdo su cara llena de furia  

deseando salir. No me hablaba, no me besaba.  Aún recuerdo que, al besarla, enojada gruñó.  

Me postré y abrazando sus piernas rogué:  

“Amada mía: ¡tómame, soy tuyo, tu esclavo!”  

37  

Aún ahora mi mente vuela hacia su alcoba adorable.  ¿Qué haría? Pasar el tiempo en ese lugar  

tan agradable por los juegos con amigas y lleno  de sus bellas danzas y sus risas y bromas.  

Y, para terminar, perderme sintiendo el cuerpo de mi amada.  38  

Nadie puede describir en esta tierra a mi amada,  ¡a mi incomparable amada! Tan solo podría  

aquel que hubiera contemplado su belleza  

y de algo tan bello como ella… Y nadie más.  

39  

No sé bien todavía si ella es la esposa de Shiva.  O, acaso, es la ninfa Urvashi: la aurora encarnada  por la maldición de Indra. ¿O acaso será  

Lakshmi, la mujer de Krishna el oscuro? ¿Acaso el creador  para extasiar al mundo la esculpió? ¿Deseaba un lucero  crear entre la femenina juventud?  

40  

Todavía hoy recuerdo, sin moverse, sus aretes dorados  y su rostro iluminado por el colirio en sus ojos. Si acaso su cuerpo ladeado por sus senos recientes se marchita por las burlas de ustedes a mí:  

¡Esa culpa no es para mí!  

41  

Aún hoy mi corazón se atormenta por un solo deseo:  Lograr acercarme a ella, besar su dulce boca de néctar  sin parar, hasta dejarla agotada, sin nada.  

Su brillante rostro, cual clara luna de otoño,  

si emociona a los más sabios, ¿cómo su hechizo evitar? 


42 

Aún hoy si pudiera ir de nuevo a mi amado santuario,  la bendita tierra de su cuerpo, de fragancia cubierto de su rostro de loto, y cuyas aguas sacras son el amor,  aguas que lavan de mi ardiente deseo el pecado  provocado por Kamadeva, de estandarte de tiburón,  ¡entregaría mi vida sin miedo ni pena!  

43  

Aún hoy bellos trazos colman el cielo del mundo.  Bellas cualidades se codean y compiten entre ellas.  Y, aun así, ninguna cosa u objeto del mundo  

me permitirá compararlo con ella y toda su belleza.  44  

Aún ahora y siempre mi amada anida en mi mente, cual cisne real. Como río de amplio cauce que vibra es ella, y, llena de placer, cual oleaje, se eriza su piel. Semejante es a un sol de la flor de Kadamba cuando las marcas de mis dedos y boca delatan el cansancio del cuerpo.  

45  

Aún hoy la recuerdo como cantora divina,  

música celestial, virgen ofidia, cual diosa nacida  

en la tierra. Aún pienso en ella, en su ida mirada  producto de la flor de su belleza. Ella, la hija  

del mejor de todos los reyes…  

46  

Ni de noche ni de día podré olvidar su esbelta cintura  igual a un altar sacrificial, su cuerpo adornado  

con prendas multicolor. No puedo olvidar que sus senos,  al despertar, se levantan cual cántaros llenos de ambrosía.  

47  

Todavía hoy recuerdo a mi dama con su belleza dorada.  Su cuerpo, por el vino, se relajaba. Cual curativa hierba de mi vida la siento. En su piel mi boca trazaba círculos de besos. Primero se sonrojaba… y después se 

excitaba al sentir la unión de su cuerpo y mi cuerpo… 


48 

¡Cómo olvidar nuestra batalla sin armas! Primero  

me besa, luego me acaricia… ahora no puedo tocarla…  

Sin darme cuenta se entrelazan nuestras piernas:  

nos levantamos y acostamos sin meter nuestras manos.  

En su piel aún recuerdo las marcas de mis uñas  

y sus labios rojos mordidos por mis labios.  

49  

Aún ahora el solo saborear el goce con ella  

me mantiene con vida. Y no hay nada ni nadie  

que haga diferencia. ¡Hermanos míos! ¡Mátenme ya!  

¡Sólo el morir curará este gran dolor! ¡Sólo eso pido!  



Ilustración: Valo

Sobre la autora:


Bilhana (siglo XI) escribió esta serie de cincuenta poemas (cuartetos en el sánscrito original), para  persuadir al rey que lo había contratado como preceptor de su hija, la princesa, de que el amor que vivía  con ella era auténtico. Juntos habían vivido un amor secreto que surgió gracias a las clases de poesía  que él le impartía. Cuando el amorío fue descubierto, el rey mandó arrestar a Bilhana y lo condenó a  morir empalado. No importaron los ruegos de su hija. Para llegar al cadalso, el poeta tenía que subir  cincuenta escalones. Por cada escalón que subía cantaba un poema. Al llegar al escalón final, el rey  estaba tan conmovido que decidió perdonarle la vida y permitir el matrimonio con su hija. 


Para la traducción de esta obra me baso en la versión inglesa de Barbara Stoler Miller Phantasies of  a love-thief: the Caurapancasika attributed to Bilhana (1971). 


Sobre el traductor:


Iván Arenal Vargas (1988) escritor, editor y youtuber que difunde poesía de la antigüedad. Amante de la  poesía clásica, de la traducción, y apasionado de las letras.