Presentación

María de Jesús Tinajero y  Sergio Embleton

(Traductores de la sección)

Todos hemos visto películas, leído libros o escuchado música cuyo idioma original no es el mismo que el nuestro. Y, muy probablemente, muchas veces hemos podido hacerlo gracias a personas que, conociendo las lenguas que nosotros ignoramos, pusieron a nuestra disposición esas obras y, así, nos permitieron disfrutar o maravillarnos con otros mundos, otras historias a las que, de no ser por aquellas personas, sería muy difícil o virtualmente imposible acercarse. En efecto, ¿cuántos de nosotros tenemos el suficiente dominio del acadio para poder leer las tablillas de esa gran epopeya, el Gilgamesh? ¿Cómo podríamos conmovernos con un cuento de Chejov o un haiku de Basho si no sabemos ruso o japonés? He ahí la importancia de la labor traductora.

La traducción se ha abordado teóricamente desde hace muchísimos años, de muchas maneras: desde la literatura, la lingüística, la filosofía, la poética y, por supuesto, la traductología. A lo largo de la historia se han desatado miles de discusiones (y hasta querellas) acerca de qué es, cómo se puede clasificar, cómo debe realizarse, si existe una manera correcta de llevarla a cabo, cómo es su proceso, cuáles deben ser las cualidades de un buen traductor, cuál es la diferencia entre traducción, adaptación e imitación, y un largo etcétera.

Además de las conocidas postulaciones que Cicerón¹ y otros autores antiguos hicieron en sus obras acerca de dicho arte, y de las ponderaciones del patrono de los traductores, San Jerónimo,² entre otros, uno de los primeros tratados dedicados exclusivamente a abordar este tema es el del italiano Leonardo Bruni, quien, siguiendo a sus predecesores, habla de la importancia de la transmisión del sentido del texto original a la traducción y, además, de la traducción literaria, es decir, la que atiende a elementos como el estilo, ritmo, figuras, imágenes, evocaciones o estructuras. En ella, el traductor tiene una ardua tarea: buscar la manera de reflejar (o imitar) en la lengua de llegada todos esos (o los más posibles) elementos.

No obstante lo anterior, en esta sección, que presentamos con toda intención en un número intitulado “Comienzos”, no proponemos continuar con las discusiones teóricas, sino crear un espacio en el que podamos compartir poesía o fragmentos de algunos textos que nos gusten o que llamen nuestra atención o que no sean tan conocidos o que despierten en nosotros la inquietud de plasmar figuras, estructuras, ritmos, imágenes…

Recibe la más cálida invitación a esta nueva sección, que abre con selecciones de la obra de dos poetas: Alda Merini, proveniente de tierras italianas, y de Kae Tempest, de origen inglés, No hay necesidad de comentar sobre los escritos, mejor dejemos que la poesía hable por sí misma.


Ilustración: Coctecón

1) Cicerón (Fin. 3. 15), por ejemplo, acerca de la labor traductora menciona lo siguiente: “Y no será necesario, como suelen hacerlo los traductores poco elocuentes, plasmar palabra por palabra cuando exista una palabra más empleada que refleje lo mismo. Por mi parte, incluso, si no es posible de otra manera, suelo expresar en más palabras lo que significa una sola griega.” Las traducciones son propias.

2) San Jerónimo tradujo la biblia del griego al latín y en algunas cartas, pero en especial en una dirigida a Pamaquio, senador romano y amigo del santo, expone su visión acerca de la traducción. Comenta, por ejemplo, acerca de sus hábitos traductológicos: “En efecto, no sólo declaro, sino que reconozco abiertamente que yo, al traducir a los griegos, aunque no con las sagradas escrituras, cuando hasta el orden de las palabras es un misterio, no traduzco palabra por palabra, sino a partir del sentido.” (Pammach. 5.)